Si supieras cuanto te extraño,
en ésta acíaga y tediosa tarde de invierno
me envuelve la melancolía porque no te veo,
porque de tí no sé nada,
enfermando de tristeza porque no te tengo
muriendo de nostalgia,
porque ahora más que nunca te deseo.
Quiero imaginarte sola,
recostada sobre tu desbaratada cama,
con la mirada perdida
en un punto distante del inmenso cielo,
o, quizas postrada tras la ventana
contemplando cómo cae la lluvia
la arboleda y las calles mojadas,
sin otra compañía que el humo
de tu cigarrillo, o la insistente sintonía
del viento, la lluvia y el agua.
Quiero imaginarte absorta, ausente,
y tu dedo guiado por un impulso lánguido
dejando un rastro húmedo
tras los opacos cristales impregnados
por el vaho que desprende tu cálido aliento,
envuelta en un aire viciado, rancio y
pesado en la fría soledad de tu alcoba
donde se alojan vivencias irrepetibles,
que rompieron la armonía y el sosiego
llenando de turbadora pasión y dicha
tu existencia anodina, disfrutando
de maravillosos y frenéticos encuentros.
Te imagino aguardándome de nuevo,
sobre tu lecho tendida, expectante, excitada,
gozando de mi presencia, cruzando nuestras miradas,
dispuesta a evocar momentos de esplendor y pasiones
que ya quedaron anclados en el recuerdo,
experiencias con deseos de ser rescatadas....